*Raúl Espinoza Estrada
En el mundo actual, donde las decisiones empresariales se enfrentan a una creciente complejidad, abordar el cambio climático y la integración de factores ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) no debería ser solo una cuestión ética, sino también una estrategia financiera sólida.
La premisa fundamental es que la correcta cuantificación de los riesgos derivados de factores ambientales es un ejercicio financiero que requiere una atención renovada. No se trata de reinventar la rueda, sino de aplicar un concepto conocido—la gestión de riesgos—con un nuevo enfoque: los factores ambientales.
Desde una óptica puramente financiera, ignorar la eficiencia es un error injustificable. De hecho, sería una grave falta de administración no considerar las pérdidas potenciales por cuestiones ambientales.
Los cambios en los precios de los combustibles fósiles, por ejemplo, llevan a una volatilidad en los gastos fijos. Las materias primas afectadas por inundaciones o incendios forestales representan un shock en la oferta, lo que inevitablemente aumenta los precios. La lista de posibles eventos con implicaciones en los negocios es interminable y se debe tener en cuenta por cualquier gestor que se precie.
El cambio climático es una realidad que trae consigo una serie de riesgos financieros que deben ser gestionados de manera eficiente. Las organizaciones que ignoran estos riesgos están condenadas a enfrentar consecuencias económicas significativas. Por ejemplo, un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que el cambio climático podría causar una pérdida de 2,2 billones de dólares en productividad global para el 2030 debido a olas de calor que afectarán a la mano de obra.
Para mitigar estos riesgos, es esencial que las empresas integren los factores ASG en sus estrategias de inversión y operaciones diarias.
Tomemos como ejemplo el sector energético: la transición hacia fuentes de energía más sostenibles no solo es una respuesta al cambio climático, sino también una estrategia para reducir la volatilidad de los precios de los combustibles fósiles y asegurar una fuente de energía más predecible y menos sujeta a fluctuaciones en el mercado global.
La generación energética a través de recursos naturales como el petróleo o el gas natural conlleva a una dependencia en los precios de estos bienes, que a su vez son determinados por factores tan diversos como decisiones arbitrarias por parte de organismos como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) hasta por conflictos bélicos; la variabilidad de los precios es por definición un riesgo. En contraparte, el costo de las energías renovables es determinado por el costo de las tecnologías de captación, almacenamiento y distribución, variables todas con mucha mayor predictibilidad y por extensión de menor riesgo.
El riesgo ambiental, desde una perspectiva financiera, no debe ser subestimado. Un buen administrador debe tener una visión clara y completa de los posibles impactos ambientales en su negocio. No se trata solo de preservar la humanidad tal como la conocemos, aunque ese es un objetivo loable en sí mismo, sino de garantizar la continuidad y la rentabilidad del negocio. Ignorar los riesgos ambientales es, en esencia, condenar a la empresa a posibles pérdidas que podrían haberse evitado con una adecuada gestión de riesgos.
Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Oxford encontró que las empresas con mejores prácticas ambientales, sociales y de gobernanza tienen un menor costo de capital y un rendimiento superior en comparación con sus pares.
Sin embargo, persisten desafíos a la hora de valorar la efectiva implementación de factores ASG. Uno de los principales obstáculos es la falta de una comprensión clara de cómo pueden influir a diferentes industrias y regiones. Es esencial que los gestores de inversión y las empresas adopten un enfoque personalizado que tenga en cuenta las particularidades de cada sector y mercado.
Otro desafío es la interpretación de las calificaciones ASG. Muchas veces, estas calificaciones se tratan de manera similar a las calificaciones crediticias, lo cual es un error. Mientras que las calificaciones crediticias son unidimensionales y se centran en la capacidad de una entidad para cumplir con sus obligaciones financieras, las calificaciones ASG son multidimensionales y comparan prácticas ambientales, sociales y de gobernanza entre diferentes empresas.
El mensaje es claro: si no abordamos los riesgos ambientales, sociales y de gobernanza desde una perspectiva financiera, estamos condenando a nuestras empresas a enfrentar pérdidas y a la inviabilidad en el futuro. El cambio climático, la volatilidad de los mercados, los movimientos migratorios y la innovación tecnológica son factores que ya están teniendo un impacto significativo en los modelos de negocio. La clave está en comprender estos factores y utilizarlos como herramientas para preservar y maximizar el valor empresarial.
*Egresado de la Universidad Nacional (UNA) y consultor del Centro de Desarrollo Gerencial (CGD) de la Escuela de Administración de la UNA.