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Criterios


La amenaza del odio desde el poder, ¿cuál es la amenaza real?

Abelardo Morales Gamboa, académico e investigador Escuela de Sociología UNA

El odio como las avalanchas se alimenta de la furia de las aguas en suelos saturados por el resentimiento. O a diferencia del símil del agua, también el odio puede ser visto como el fuego atizado de forma demencial por sujetos propensos a los delirios incendiarios. Pero el fuego arde en pasto seco.

Pocas veces, para no decir que nunca, se han atizado los odios como se atizan hoy día. No es como el agua o el fuego simplemente. La raíz del odio es variada. Una de sus variantes es estructural: un modelo de sociedad que caducó y fue reemplazado por otro bajo la fuerza de la dictadura del mercado, de la subordinación a un capitalismo cada vez más espurio y una descarnada concentración de la riqueza. El resultado es un régimen de desigualdades y de creciente falta de oportunidades. Costa Rica no es una dictadura perfecta, sino la dictadura de un mercado imperfecto.

A esa aventura embarcó a este país, desde los años ochenta, una alianza compuesta por grupos empresariales, élites financieras, empresas de comunicación, incluso círculos de políticos corruptos que vendieron ideologías a cambio de cuotas de poder. Ese proceso inició con la guerra centroamericana. El país, a cambio de prestar el territorio para las aventuras militares, recibía en promedio un millón de dólares diarios en contribuciones del Gobierno de los Estados Unidos. La mayor parte de ese dinero fue dirigido a producir condiciones favorables para una nueva manera de concentrar ganancias económicas.

Uno de los grupos que más ganancias embolsó fue la élite financiera privada, tributaria de una élite transnacional, y que sigue acumulando en virtud de la especulación o estafa con los fondos de pensiones, con el dinero de los ahorrantes, sobre todo personas de tercera edad, atraídos por intereses altos y especulativos. No es para menos la rabia de las víctimas
de las estafas bancarias.

También contribuyeron a eso los programas de ajuste estructural organizados y dirigidos por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Agenda para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos. Quien hoy ocupa la presidencia de la república fue durante décadas empleado del Banco Mundial y representó a ese banco en países donde practicaba las mismas políticas practicadas en Costa Rica. Su desvergüenza y cinismo no tienen otro nombre.

El país comenzó a cambiar. Pero no para bien. La pobreza creció y aprisionó a una quinta parte de la población que desde décadas atrás no sale de esa condición. Por lo tanto, la desigualdad cada vez más disfrazada por el espejismo del progreso, de las oportunidades y de la enajenación consumista, bloquearon la ilusiones de ascenso social: las clases medias urbanas y rurales conformadas por pequeños y medianos productores y comerciantes, técnicos y profesionales, han sido el estamento más castigado y con ello perdieron su función estabilizadora en la balanza político-social. El resto del pueblo, mientras tanto, quedó atrapado en los bolsones de miseria, en los barrios del crimen, las estrategias de sobrevivencia y la incertidumbre. El fascismo tiene una abundante cantera con la ira político social del pueblo.

Los odios atizados de manera siniestra hoy día sacan provecho de ese resentimiento estructural. Pero el odio no es solo odio y nada más, viene acompañado de una serie de ataques compulsivos que tienen como destino incendiar esa histeria colectiva entre segmentos desesperados ante la falta de salidas políticamente viables.

Otra entre otras variantes de las raíces del odio es psicológica o más bien, una cierta psicopatología política que caracteriza a un pequeño grupo, pequeño pero peligroso, sobre todo por sus posibles alianzas externas con organizaciones mafiosas internacionales. Ese pequeño grupo tomó el control del poder ejecutivo y cuenta con una pequeña bancada legislativa, gracias a los vacíos de legitimidad del sistema político y del sistema de partidos. Removerlos de la política nacional no va a resultar fácil pues toman ventaja del desencantamiento de los partidos tradicionales, incluyendo a los grupos de izquierda.

Constituye una de las fracciones más decadentes de los círculos políticos locales y su referente político más importante es la figura que ocupa la presidencia de la república. Este es un personaje poseído por una especie de mesianismo turbio, torpe y perverso, pero capaz de alucinar a un peligroso grupo de iluminados “proto fascistas”.

El programa que siguen es un programa de demolición, es decir de destrucción tan pronto como sea posible de lo que queda de las instituciones sociales, comenzando por la salud y la educación pública, la cultura, además de la producción económica local. Destruir instituciones para pagar la deuda, es lo que se aparenta, y a cambio imponer más negocios privados, mayor concentración de las ganancias y de la riqueza. Difícilmente se puede creer que ese pequeño grupo actúe por iniciativa propia; en el fondo responden a desconocidos y espurios intereses; hacen un trabajo sucio acudiendo incluso a prácticas mafiosas. 

Nada a cambio nos asegura que con ello se vaya a contener el resentimiento social, sino más bien se apura el tránsito hacia la confrontación y la violencia. Si en otros momentos de la historia esta sociedad logró contener esos odios fratricidas, este es el momento de hacerlo de mejor y ejemplarizante manera.