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Criterios


La importancia de llamarse…

Randall Hernández Wright, periodista Oficina de Comunicación UNA

 Durante mi tiempo como docente, siempre inculqué a mis estudiantes la importancia de aprender y usar el nombre de las personas, sin importar su condición social. Esta práctica no solo es un gesto de cortesía, sino que también tiene un profundo impacto emocional y social en las interacciones humanas. Desde quienes realizan tareas de limpieza hasta quienes se encargan de la seguridad y entregas en una organización, el recordar sus nombres es una forma de mostrar respeto y reconocimiento.

El nombre propio es una parte fundamental de nuestra identidad, y al usarlo en nuestras interacciones diarias creamos un ambiente más humano y cercano, sin importar los roles o jerarquías.

Esto me recuerda las palabras de un querido profesor de mis años universitarios, Alberto Moreno, quien solía decir: “nada es casual, nada es inocente”. Esta frase, aparentemente sencilla, encierra una profunda verdad; los pequeños gestos, como el uso del nombre propio, pueden tener un gran impacto en las personas. Cuando llamamos a alguien por su nombre, reconocemos su existencia, validamos su identidad y fortalecemos el lazo social que compartimos. Esto que puede parecer trivial, tiene efectos que van más allá de lo inmediato, creando un sentido de pertenencia a grupos sociales.

Diversos estudios psicológicos y neurológicos respaldan esta afirmación. Burton & Borthwick (2014) demostraron que ser llamado por el nombre propio mejora el bienestar emocional. Escuchar nuestro nombre activa áreas del cerebro vinculadas con la identidad y el reconocimiento social, generando una sensación de recompensa que nos hace sentir validados y reconocidos.

En términos neurológicos, Kampe et al. (2003) afirma  sin embargo, que la percepción de ser llamado por el nombre varía culturalmente. En muchas culturas orientales, como la japonesa y la china, el uso del nombre propio es menos frecuente en contextos formales o profesionales. El respeto se manifiesta a través de títulos y apellidos, marcando una clara distinción entre lo personal y lo público. Llamar a alguien por su nombre en estos entornos puede percibirse como una invasión de la privacidad, a menos que haya una relación cercana. El uso de títulos en lugar de nombres es una forma de respetar jerarquías y mantener la armonía en las interacciones sociales.

Por otro lado, para muchos pueblos originarios, el nombre propio tiene un significado sagrado y está profundamente ligado a la identidad espiritual de la persona. En algunas culturas indígenas de América Latina, el nombre es mucho más que un identificador: es una representación del alma y del vínculo con la comunidad y la naturaleza. En algunas tribus,  conocer el nombre verdadero de una persona otorga poder sobre ella, razón por la cual en ciertos rituales utilizan nombres ceremoniales o espirituales que pueden cambiar a lo largo de la vida.

Les invito a reflexionar sobre ello y, ante todo, aunque sea como ejercicio mental, recordar el mayor número de nombres posibles, lo cual también será de beneficio para usted y sus personas conocidas.