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¡Qué no se enfríen las letras! Aquí está la bibliorefri

El ingreso a un edificio de facultad universitaria suele reunir una serie de componentes esenciales: estudiantes, docentes, personal administrativo, aulas, sitios de uso común, pizarras informativas, pero… ¿una refrigeradora? Sí, solo que no se trata de un refri cualquiera, sino de una bibliorefri.

La Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional (UNA) exportó este modelo, que fue creado en el 2020 en México y que se ha expandido a otras naciones. Ahora llegó a Costa Rica con la idea de convertirse en un instrumento peculiar que acerca al estudiante con la lectura de libros físicos.

Donde podría haber un tomate, encontrará una poesía. En el estante de los huevos, una novela, en el depósito de frutas una memoria histórica y en el congelador, en vez de hielo, sus ojos se toparán con un cuento.

“Parte de nuestra misión como bibliotecas es garantizar el acceso al libro y al conocimiento, y esta iniciativa lo logra de una manera ingeniosa, saliendo de las estanterías convencionales. Creemos firmemente en el poder de colaboración entre las unidades académicas, con la esperanza de motivar a otras facultades, centros y sedes a unirse al proyecto”, manifestó Fabiola Campos, directora de la Biblioteca Joaquín García Monge y del Sistema de Información Documental de la Universidad Nacional (Siduna).

La decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Marta Sánchez, contó al público que asistió a la actividad de inauguración de la bibliorefri cómo se gestó esta colaboración. “Estábamos en México el vicedecano (Guillermo Acuña) y yo, y muy cerca se estaba desarrollando una feria del libro. Nos encontramos el stand con la bibliorefri, nos tomamos la foto y ahí empezó la coordinación”.

Para Sánchez, existen proyectos cuyo éxito lo determinan la persistencia y la perseverancia. Este es uno de ellos. “Solo así se logran metas que no tienen nada que ver con la formalidad que muchas veces nos rige el quehacer universitario. Es a partir de las redes informales, del ímpetu y de las ganas que salen adelante”.

“Hojas vivas”

Este es el nombre de la fundación que inició este proyecto al inicio de la actual década y en plena pandemia. 

Su génesis tuvo lugar en la Universidad Autónoma de Occidente, del estado de Sinaloa, en México. Para Laura Velia Vizcarra, presidenta de la fundación, había una razón fundamental para ello y así lo explicó: al menos el 70% de la población universitaria vive en las comunidades periféricas o ranchos y solo el restante 30% en la cabecera municipal. 

Guasave es una de esas comunidades donde una vez hubo una librería, que luego la quitaron. Eso, más la presencia de la televisión por cable y la Internet, redujeron las posibilidades para que la población joven tuviera acceso a un libro.

Así nació la idea de aportar el electrodoméstico para un fin distinto. “Nosotros llevamos los libros hacia las personas, en vez de que el público lector venga hacia el libro”, indicó Vizcarra.

El proyecto viajó 740 kilómetros desde Sinaloa hacia Jalisco, al oeste del país. Para el 2022 estuvieron por primera vez en una feria del libro y por medio de una asociación civil lograron darse a conocer de manera más abierta en otras partes de la nación.

“Nunca pensé que íbamos a ser internacionales y, de repente, logramos abrir en Argentina. Luego lo llevamos a República Dominicana, Colombia, acabamos de abrir en Guatemala, Chile, Ecuador y ahora aquí, en Costa Rica”, expresó la presidenta de la fundación Hojas Vivas.

Lizette Contreras es docente universitaria en uno de los países beneficiarios: Ecuador. Desde su experiencia y de lo visto a partir de la interacción de los estudiantes con el proyecto “hacemos mucho con él. El hecho simplemente de hojear un libro, tocarlo, nutrirse, va más allá de la comunicación o de la información que transmite, sino del tacto que podemos tener con la publicación”.

Solo en México, están operando 88 bibliorefris, de acuerdo con Vizcarra. Además de una forma alterna de profundizar el gusto por la lectura, representan también una oportunidad de apoyar la economía circular, para darle un nuevo uso a un dispositivo que ya cumplió su vida útil.

Por eso, desde sus inicios, la Fundación se planteó la forma en que la iniciativa pudiera estar alineada incluso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización de Naciones Unidas (ONU). 

Sergio Gutiérrez, tesorero de la organización, indicó el aporte que se hace al objetivo 4 “educación de calidad” y al 17 “alianzas para lograr los objetivos” y de manera indirecta en el 11 “ciudades y comunidades sostenibles” y 16 “paz, justicia e instalaciones sólidas”.

Es también una forma de integración de diversos actores bajo un mismo proyecto. Los diseños fueron elaborados por estudiantes asistentes de la biblioteca especializada de Ciencias Sociales, de la carrera de Bibliotecología, mientras que refrigerador como tal fue una donación de un vecino de Varablanca. La pintura se obtuvo por medio del Programa Técnico-Asesor en Arquitectura e Ingeniería (Prodemi) y el diseño digital estuvo a cargo del decanato de Ciencias Sociales. 

La invitación de los impulsores de la iniciativa es a usarla y explorarla. Su ubicación se sencilla: en la entrada del edificio 2 de la Facultad, en el deck. Detrás de sus puertas hay conocimiento y lejos de pensar en un conocimiento frío, ahí se cuecen las narraciones que aportan al debate y el pensamiento crítico que la lectura promueve y donde las universidades públicas deben ser tierra fértil hacia ese propósito.

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