Entre el 4 y el 21 de noviembre, la UNA realizó su segunda jornada de graduaciones del año y sumó 3.798 personas tituladas en 2025. Cada título entregado expresa el compromiso de la educación pública con la superación personal y la inclusión.
La Universidad Nacional (UNA) entregó 1.450 nuevos títulos profesionales entre el 4 y el 21 de noviembre, durante la segunda ceremonia de graduación del año. Con este grupo, la en el 2025 la institución alcanzó 3.798 personas tituladas con formación en educación superior pública, que se incorporan a la fuerza laboral costarricense.
Las ceremonias se realizaron en todas las sedes donde la UNA tiene un campus. La primera jornada de las segundas graduaciones fue el 4 de noviembre en la Sección Regional Huetar Norte y Caribe, Campus Sarapiquí, donde se graduaron 85 estudiantes. Las actividades continuaron los días 6 y 7 de noviembre en la Sede Regional Brunca, con 193 nuevos profesionales de los campus de Coto y Pérez Zeledón. En el Campus Omar Dengo, en Heredia, los actos iniciaron el 10 de noviembre y se extendieron durante la semana con las facultades de Ciencias de la Tierra y el Mar, Filosofía y Letras, Educación, Ciencias Sociales y Ciencias de la Salud. La Sede Regional Chorotega cerró el ciclo los días 20 y 21 de noviembre en Nicoya y Liberia.
Más allá de los números, las graduaciones reflejaron historias de esfuerzo, estudio y perseverancia en diferentes regiones del país. Cada testimonio mostró que alcanzar un título universitario en implicó mucho más que cumplir con un plan de estudios.
“Hoy cierro un capítulo de mi vida que no quiero que termine”, expresó Camila Zeledón Morales, representante estudiantil del Campus Pérez Zeledón. “Empecé con dudas, con esa incertidumbre de no saber si tomaba el camino correcto, pero terminé con la certeza de que todo, absolutamente todo, valió la pena”.
Esa misma convicción acompañó a Ezequiel Montezuma Arango, graduado en Recursos Humanos, quien reconoció los momentos difíciles que enfrentó para continuar sus estudios. “Tuve muchas dificultades, hubo momentos en que quería rendirme... me desanimaba, pero retomaba otra vez la oportunidad que me daba la universidad para seguir adelante”, recordó.
Las historias de la Sede Interuniversitaria de Alajuela (SIUA) también se destacaron por su mensaje de inclusión y equidad. José Pablo Rodríguez Martínez y Sebastián Rodríguez Rojas, dos jóvenes con discapacidad, compartieron cómo la educación superior pública transformó su manera de ver el futuro.
José Pablo, graduado en Ingeniería en Sistemas de Información, nació con discapacidad auditiva y describió su paso por la universidad como una experiencia marcada por la perseverancia y el acompañamiento constante. “El camino fue largo, con altos y bajos, pero siempre estuve perseverando, insistiendo hasta llegar a la meta”, afirmó.
Contó que el apoyo de la beca y los servicios de acompañamiento psicológico, orientación y tutorías académicas fueron esenciales para completar sus estudios. “Para mí, la UNA ha sido como una segunda casa en estos años. Me siento orgulloso de pertenecer aquí”, dijo. Al reflexionar sobre la importancia de la beca, añadió: “Sin ese beneficio, hubiera tenido un futuro diferente. Tal vez estaría trabajando en otra cosa, no en lo que era mi meta”.
Actitud ante la adversidad
En el Campus Sarapiquí el abrazo entre una madre y su hija recién graduada fue el reflejo de las luchas que esconden la obtención de una gran meta. Se trata de Stacy Mora quien recibió su título de bachillerato en Comercio y Negocios Internacionales. Al momento de su nacimiento, hace 22 años, sufrió con la aparición de una bacteria en la sangre que complicó su desarrollo; tenía dificultades para caminar a raíz de una malformación en sus extremidades y padeció epilepsia.
Sin embargo, la actitud ante la adversidad de ambas fue la menos esperada. “Entonces, mi mamá, cada vez que los doctores le decían que no, para ella siempre era un sí”. Cuando tenía cuatro años, Stacy le pidió a su mamá que no le suministrara más medicamentos, que estaba cansada. Ella accedió y, sorpresivamente, su cuerpo comenzó con una mejora paulatina.
Más de dos décadas después, allí estaba Stacy, orgullosa porque sí podía utilizar zapatos de tacones para el día de su graduación, algo que en otro momento le pudo resultar una misión imposible. Atrás de ella, doña Tatiana, con su rostro lleno de lágrimas, pero feliz de reconocer a la primera persona de su familia que obtenía un título universitario.
Cada ceremonia reflejó un esfuerzo colectivo: estudiantes que trabajaron mientras estudiaban, madres y padres que acompañaron a sus hijos en el proceso, docentes que ofrecieron tutorías y orientadores que guiaron en momentos de duda. En cada recinto universitario se respiró orgullo y gratitud por los años dedicados al estudio.
Las graduaciones de noviembre mostraron, además, la diversidad de carreras que ofrece la UNA y la presencia activa de sus sedes regionales. Desde Ingeniería en Sistemas, Administración de Empresas, Recursos Humanos y Artes Escénicas, hasta Ciencias de la Salud y Educación, los nuevos profesionales reflejaron la amplitud del aporte académico y social de la universidad pública.
En las distintas ceremonias, los actos simbólicos—como el juramento, la entrega de títulos y los aplausos de familiares—se convirtieron en un cierre de etapa que muchos describieron como el inicio de una nueva meta.
Al final, más de 3.700 personas recibieron su título, pero detrás hubo una historia distinta: la de quienes estudiaron en zonas rurales, la de quienes enfrentaron barreras económicas o físicas, y la de quienes nunca dejaron de creer que la universidad pública es un espacio para todas las personas.