Hay días que pueden coronar una lucha de años. Entonces, la felicidad explota y se traduce en lágrimas de felicidad. Así quedó evidenciado en el encuentro entre Stacy Mora y su madre, Tatiana Jiménez, cuando la hija, finalmente obtuvo el título de bachillerato en Comercio y Negocios Internacionales.
Los recuerdos, los días de incertidumbre y el dolor quedaron atrás luego de graduarse. Mora nació hace 22 años y una bacteria en la sangre complicó su desarrollo. Tenía dificultades para caminar a raíz de una malformación en sus extremidades y padeció epilepsia. “Le dijeron a mi mamá que yo iba a tener problemas de aprendizaje”, contó Stacy.
Sin embargo, la actitud ante la adversidad de ambas fue la menos esperada. “Entonces, mi mamá, cada vez que los doctores le decían que no, para ella siempre era un sí”. Cuando tenía cuatro años, Stacy le pidió a su mamá que no le suministrara más medicamentos, que estaba cansada. Ella accedió y sorpresivamente, su cuerpo comenzó con una mejora paulatina.
Más de dos décadas después, allí estaba Stacy, orgullosa porque sí podía utilizar zapatos de tacones para el día de su graduación, algo que en otro momento le pudo resultar una misión imposible. Atrás de ella, doña Tatiana, con su rostro lleno de lágrimas, pero feliz de reconocer a la primera persona de su familia que obtenía un título universitario.
Los padecimientos que limitaron una parte de la niñez de Stacy quedaron atrás. La mañana del 4 de noviembre, el Campus Sarapiquí, de la Sección Regional Huetar Norte y Caribe de la Universidad Nacional (UNA), recibió a decenas de estudiantes y sus familias que engalanaron el recinto para recibir su titulación.
Fue el primer acto de graduación correspondiente el II ciclo de 2025. En total, la UNA entregará 1.450 títulos en todos sus campus.
El testimonio de Stacy es de lucha y agradecimiento. Reconoce que por medio de la beca socioeconómica que le otorgó la universidad pudo costearse sus estudios. “Fue una oportunidad muy importante que me dieron, sobre todo en el primer año, que fue el de la pandemia y donde no teníamos recursos de conectividad ni computadora, entonces fue un reto muy grande”, expresó.
Es el mismo sentir de María Fernanda González, estudiante de 22 años, quien sostenía entre sus manos su título de bachillerato en Ingeniería en Sistemas de Información. “Estoy feliz con la UNA porque sin beca yo no hubiera podido estudiar. Vengo de una zona rural—Los Arbolitos, de Puerto Viejo de Sarapiquí—entonces tuve que despegarme de mi familia desde los 17 años, vivir sola y empezar la travesía de la universidad”, contó.
Disciplina y responsabilidad
La vida de Karen Lago combina pasión por el estudio y entrega en las canchas de futbol. Desde hace más de siete años (con una breve pausa de por medio) integra el equipo de Municipal Pococí, del futbol femenino costarricense.
Luego de participar en un encuentro de Segunda División, un entrenador vio sus capacidades en la media cancha y desde entonces dio un salto a la Primera. En el equipo caribeño se desempeña como contención.
Estaba en aquel momento en un colegio rural llamado Aldea y al ingresar a la UNA debió equilibrar sus energías y su tiempo para cumplir de buena manera con ambas metas. “A veces me acostaba a las dos o tres de la mañana terminando trabajos, los dejaba todos listos para tener tiempo de entrenar y jugar”. Así como sabe meter el pie para frenar los embates de los rivales, es firme en su visión de cómo se deben asumir los retos en la vida. “O se hacen las cosas bien o no se hacen”, afirmó, mientras sostenía su título de bachillerato en Administración.
Diego Marín se graduó en el diplomado en Ingeniería en Sistemas y sabe lo que es el valor de remar contra corriente. “Provengo de una familia de muy escasos recursos. Me tocó vivir la pandemia y, aun carencias, logré salir adelante”, manifestó este joven vecino de la comunidad de La Victoria, quien se hizo acompañar de su novia y su mamá al acto de graduación.
Así son las historias de los graduados UNA: combinan sacrificio, esfuerzo y disciplina, que forman para el futuro, según lo describió el director académico de la Sección Regional Huetar Norte y Caribe, Manuel Luna. Con mucha más razón con esta generación le correspondió dar el salto del colegio a la universidad en medio del pico más alto de la pandemia, los confinamientos y la virtualidad.
“Es aprender a cocinar lo que antes cocinaban en la casa, es descubrir que la ropa no va a sobrar y hay que lavarla. Pero también es encontrar una nueva familia en los pasillos y en ese grupo de amigos que ahora son un hogar. Por eso, ya no somos hoy los mismos de los que cruzamos por primera vez el portón de este campus”, manifestó, con un sentido de realidad, el representante de la Asociación de Estudiantes de la Sección Regional Huetar Norte y Caribe, Jordan Castro.
El hecho de que la UNA gradúe a estudiantes de zonas rurales representa una “victoria colectiva” para la educación pública, de acuerdo con Antonio Araya, representante de la Federación de Estudiantes (Feuna). “Estos son espacios que mezclan la esperanza concreta con la ruralidad, con el calor humano de las comunidades que sostenemos este país”, expresó.
El vicerrector de Vida Estudiantil, Jorge Salas, resaltó la importancia de que estos jóvenes obtengan su título de una universidad pública. “Su educación fue financiada por el Estado, por cada contribuyente que creyó en este sistema como motor de la movilidad social y el desarrollo nacional. Esa inversión requiere una respuesta de su parte, para poner sus conocimientos al servicio de quienes más lo necesitan”.
Además, indicó que, como parte de la estrategia de regionalización de la UNA, la oferta académica se extenderá a sedes regionales, de manera que en el Campus Sarapiquí más de 155 estudiantes accederán a programas de administración, tecnologías de computación para ciencia de datos e inglés.

