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Una coyuntura de grandes ilusiones, urgencias y enormes desafíos: El nacimiento de la Universidad Nacional

MSc. Yanina Pizarro Méndez, académica Escuela de Historia-UNA

 La creación de la Universidad Nacional, lo mismo que la de otros programas e instituciones públicas costarricenses (Ministerio de cultura, RECOPE, IMAS y el complejo CODESA), coincidió con una singular fase de maduración del estilo de desarrollo heredado de la Segunda República; asimismo, con el inicio de una coyuntura de lento declive y acelerados cambios y transformaciones socio económicas del país.

Ya desde el decenio anterior, el Estado ganaba en tamaño y complejidad, y la clase política maniobraba en las turbulentas aguas de una crisis política regional, procurando perseverar en aquel inquietante contexto de autoritarismo, disenso, rebeldía y represión que por entonces desangraba a Centroamérica. Era aquella una sociedad que venía de un impetuoso crecimiento demográfico y luego del baby boom, apenas advertía una cierta desaceleración en el ritmo de crecimiento poblacional. Pese a la persistencia de la agroexportación tradicional, cuyo peso continuaba siendo predominante, la estructura productiva experimentaba diversificación con el promisorio despunte de la venta de servicios turísticos, la incorporación de productos exportables como la carne bovina, el cacao, la caña de azúcar y ciertos bienes industriales favorecidos por la integración económica centroamericana.

Sin embargo, a pesar de los réditos del largo ciclo de relativa prosperidad de posguerra, los retos y los dilemas que en sus albores abría la década de los años 1970, se relacionaban con la pérdida de impulso de la economía y el inquietante crecimiento de la deuda externa, los desencantos del MERCOMUN, la integración económica y la industrialización; el mediocre crecimiento de la productividad del trabajo, los problemas de autosuficiencia energética y alimentaria, la concentración espacial de la población, el crecimiento de las ciudades y la falta de planificación urbana, la problemática ambiental y los costes sociales de un crecimiento exportador intensivo en tierras y trabajo, la multiculturalidad e insuficiencias del sistema educativo, así como la afirmación de prácticas e instituciones, en un marasmo y abismamiento de la paz social y la vida democrática en el istmo centroamericano.

Viejos y nuevos problemas se planteaban para Costa Rica, y así los requerimientos de cultura política, valores de respeto, apertura y participación ciudadana; la profesionalización y los conocimientos técnicos, así como la racionalización administrativa y la reforma en la gestión pública, demandaban de nuevas capacidades de planificación estratégica y, en tal sentido, de la promoción de la comunidad científica y la consolidación de un sistema de educación superior pública, orientado al fortalecimiento de la visiones humanísticas, la creación artística, la generación de tecnología, el conocimiento aplicado y el capital humano.

Este marco de inestabilidad y crisis política regional, lento agotamiento del desarrollismo, fuertes impactos socioambientales, migración rural-urbana y expansión desordenada de la población y del espacio del Gran Área Metropolitana (con su inevitable correlato en mayores demandas de acceso a bienes, oportunidades y servicios), explica entre otras cosas la urgencia de afianzamiento de la sociedad civil y la democratización de la educación.

En el caso de la fundación de la Universidad Nacional, un proyecto ambiciosamente propulsado por la tercera administración Figueres Ferrer (1970-74), resulta claro que esos desafíos de respuesta a la acuciante problemática económica, la revisión de las funciones y el fortalecimiento del Estado, democratización, previsión, justicia y reingeniería social, fueron acometidos a través de una nueva institucionalidad dentro de la cual llamaba la atención aquella naciente entidad a la que sus fundadores presentaron como “la Universidad Necesaria”.

Así entonces, en circunstancias tan particulares de ilusión y esperanza, en las que sin embargo pesaban ya tendencias aciagas que evidenciaban el desgaste de un estilo de desarrollo apoyado en la institucionalidad pública, bajo nuevas condiciones complicadas por las crisis del petróleo y el discurso refractario del “gigantismo, el despilfarro y la ineficiencia estatal”, la nueva casa de estudios, definió con originalidad y convicción una identidad propia, que le vinculó con los intereses de las grandes mayorías, las comunidades rurales y los grupos relegados.

La Universidad Nacional abrazó ancestrales y nuevas utopías, apostó por la incidencia social a través de procesos de enseñanza-aprendizaje y políticas de extensión e investigación íntimamente vinculadas con los problemas y las necesidades de la población, entendiendo y asumiendo los dilemas y las máximas propios de la época: “Paz con justicia social”, “¿Para qué tractores, si no hay violines?”, “Ahorrar en educación, es ahorrar en desarrollo”, y la más antigua sentencia hecha emblema: “La verdad nos hace libres”.

Desde su creación, retomando y trascendiendo en mucho la labor de la Normal Superior, la Universidad contribuyó de forma notoria a enfrentar y resolver los urgentes problemas del sector educación costarricense, y dentro del espíritu de compromiso que inspiró su creación, atendió retos e improntas del momento y del futuro, relacionados con la promoción académica de calidad, la formación de profesionales de particular conciencia y sensibilidad social, la planificación, las relaciones internacionales, la crítica del presente y las relecturas del pasado; promovió las artes, el deporte y las letras, la producción y la difusión de conocimientos reforzadores de la inclusión, la participación, la redistribución, la equidad y la justicia social; y al tiempo que asumía dichas empresas, avanzó hacia la elaboración de agendas vinculadas con la problemática forestal y tenencia de la tierra, el desarrollo agropecuario con sentido social; así como avizoró ingentes problemáticas relacionadas con la generación de elementos de geografía aplicada, investigación y gestión del riesgo, prevención y acción científicamente fundada, de cara a eventualidades y desastres, aportando sustantivamente a los estudios sobre el entorno natural y la biodiversidad, la preservación del medio ambiente y la explotación responsable del suelo y los recursos marítimos.

A 50 años de su creación, rememorando y sopesando circunstancias fundacionales, parece justo decir que la creación de la Universidad Nacional resultó oportuna y de indudable trascendencia social y científica, para rehacer agendas, avanzar hacia los retos de la innovación y el compromiso profesional, y abonar desde el ámbito de la creación intelectual a la forja de valores democráticos.  Una historia del desarrollo, la cultura y la movilidad social de las distintas regiones del país, de la democratización educativa; de los idearios y las agendas conservacionistas, de la biodiversidad, la vida humana y animal, y de los conocimientos y tecnologías aplicadas a la producción y a la prevención, definitivamente estará incompleta, sino considera medio siglo de aportes a la reflexión y la acción sustantiva de esta institución que, junto a otras, ha hecho de este un país diferente.

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